VIOLENCIA APARENTEMENTE IRREMEDIABLE

VIOLENCIA APARENTEMENTE IRREMEDIABLE

Fernando Vallejo alguna vez dijo que Colombia es un país asesino por naturaleza y que la solución a la condena de morir asesinados es simplemente irnos del país, haciendo énfasis en que la patria no nos abandonará, porque nacimos en ella y de alguna u otra forma heredamos su mezquindad. Desde pequeños vemos todos los días, sin falta la presencia de la violencia en nuestro entorno, ya sea porque la vemos a través de una pantalla o porque la vivimos en carne propia. Nos ha hecho tanto daño y está inmersa de tal forma que hasta se llega a normalizar, pero esto necesariamente quiere decir que ¿tenemos el gen de la violencia por nacer en una tierra manchada por la sangre desde tiempos remotos?

 

Podríamos automáticamente acudir a la simplicidad de asumir que somos unos seres incontrolables y que estamos hasta la coronilla del egoísmo en todas las esferas de nuestra existencia como nación; la violencia, el narcotráfico, la parapolítica, las guerrillas, el paramilitarismo, la pobreza, los feminicidio... Mejor dicho, lamentablemente la lista de casos es innumerable, al punto de que existen días en que por más ajenos que seamos a este tipo de situaciones, nos mamamos de la saturación de violencia e injusticia y decimos “¿qué putas le pasa a la gente en este país?” o que al ver como ganan constantemente los discursos de odio y división más de uno piensa “¡jueputa, me quiero largar de aquí¡”. No es para menos que lleguemos a sentir como sociedad que ya no vale la pena luchar para que este país mejore. Sin embargo, son este tipo de reacciones la prueba reina de que no podemos homogeneizarnos en la idea de que somos violentos porque así nacimos y que no tenemos arreglo, pues la empatía sigue allí.

 

El verdadero problema

El verdadero problema ocurre cuando normalizamos los actos violentos. Cuando comenzamos a ver un acto de violencia como una situación sin arreglo y por eso nos hacemos los de la vista gorda, o cuando asumimos que burlarnos por las redes de las desgracias de los demás es “humor negro”. En ese momento estamos cediendo nuestra verdadera humanidad, porque creemos que ya es normal ver que un man asedie a una mujer en un centro comercial, o que atraquen en Transmilenio y que la culpa sea del robado que porque “dio papaya”, todo esto solo porque “estamos acostumbrados”.

En Colombia nos estamos matando porque tenemos un grave caso de lavado de cerebro en supuestos valores totalmente obsoletos y una construcción social que ha sembrado la semilla de la violencia y la discriminación por todas las malditas clases; que si no eres el hijo de la familia más picha en plata, entonces no tienes derecho a un trabajo o salud digna, que si no vives en una ciudad, entonces sencillamente no puedes tener acceso a un acueducto o a una educación de calidad, y quizá el peor caso de todos y que es probablemente el desastroso resultado de todo lo anterior: si no usas la violencia para conseguir lo que quieres te jodes, porque como en este país “el vivo vive del bobo” y ser sensato es difícil no hay de otra para salir adelante. No es el gen de la violencia, es que las estructura sociales y políticas de nuestro país ciegan tanto a la personas al punto de que estas no puede ver más allá de sus limitaciones y terminan acudiendo a la vía de los incautos.

Evidentemente, la violencia en nuestro país esta tan inmiscuida en sus fibras que deshacernos de ella suena completamente utópico, sin embargo no es imposible. Evidentemente no vamos a extirparla de un día para otro de la realidad colombiana, pero es algo que, como todo en esta vida, tiene solución y la solución somos nosotros mismos, en especial, la juventud.

Tenemos el poder

Puede sonar muy cliché y toda la vaina, pero es sencillamente la verdad. La historia ha demostrado en múltiples ocasiones de que somos capaces de evolucionar como humanidad, ha dejado evidencia de que las nuevas generaciones con la cantidad adecuada de rebeldía traen nuevas ideas y refrescan el panorama, dándonos un asomo de esperanza, así este sea en muchas ocasiones opacado por la violencia misma. Obviamente acabar de raíz con un problema tan grande como este requiere de mucho tiempo (generaciones enteras), pero como dicen los grandes sabios de la fermentación de malta colombiana, “las mejores cosas de la vida toman tiempo”, y somos nosotros los que afortunadamente tenemos las herramientas para empezar el cambio, así sea pequeño, pero que se convierta en un cambio evidente y cada vez más fuerte.

Aunque a veces sea difícil o se vea distante, tenemos que asumir que este problema tan profundo no es un juego, que es una pagina que nuestra sociedad pide a gritos cambiar. Necesitamos ser conscientes de que también está en nuestras manos transformar la realidad en la que vivimos, pensar en quienes somos realmente, de lo que estamos hechos y de lo que somos capaces; no nos larguemos de aquí sin dejar una huella imborrable en nuestra propia historia y si nos vamos a quejar de lo que pasa, más vale que sea porque vamos a contribuir a arreglar lo que nos incomoda. Seamos amor y esa verraquera que sí está en nuestro ser y tomemos las riendas de nuestro país por donde es, hasta que llegue el día en el que las balas por fin dejen de cegar sueños.